miércoles, 30 de enero de 2013

¿Cómo evaluar el aprendizaje de las competencias?



Casanova (2012), plantea que la competencia está formada por un conjunto de capacidades o aptitudes, conocimientos, destrezas, habilidades, actitudes y valores que permiten a la persona desenvolverse, con un nivel de calidad satisfactorio, en los distintos ámbitos en los que desarrolla su vida. Además, nos indica que al definir y trabajar las competencias se pone el acento en la necesidad de “aplicar” las capacidades desarrolladas a través de los diferentes contenidos trabajados en los procesos educativos.

En una línea muy similar Perrenoud (2008), nos plantea lo importante de asumir de manera coherente el desarrollo de competencias. Por una parte la escuela debiera plantearse un alargamiento de  los programas conceptuales con el fin de lograr el tiempo requerido para el transfert (Movilizar el conocimiento a una situación problemática real), y por otro lado los docentes deben pensar en una evolución sensible de las pedagogías y los modos de evaluación.

Si nos ponemos entonces en el escenario de desarrollar competencias en nuestros alumnos ¿estamos preparados para evaluar dichas competencia?

En relación a esto Casanova (2012) propone ocho fases que se deberían respetar para la evaluación de competencias:

1. Estudio conjunto por parte del profesorado de las relaciones entre las competencias y las áreas o materias que se trabajarán en cada etapa, ciclo o curso.
2. Establecimiento de indicadores de competencia, a cargo de los distintos especialistas, que el alumnado deberá dominar al finalizar la etapa de educación.
3. Secuenciación de los indicadores de etapa para los ciclos o cursos en que se divide cada una, considerando esa globalidad ya establecida como característica imprescindible de la competencia.
4.  Acuerdo sobre la utilización de los indicadores de todas las competencias por parte de todos los profesores que intervienen pedagógicamente con el mismo grupo de alumnos, ponderando la incidencia que cada área tendrá en la consecución de cada competencia.
5. Elaboración de los registros en los que se anotarán las consecuciones progresivas de las microcompetencias o indicadores.
6. Selección de metodologías apropiadas para el trabajo por competencias, que permitan valorarlas durante su desarrollo.
7. Aplicación permanente, de un modelo de evaluación continua y de carácter formativo, que permita ajustar los procesos de enseñanza y de aprendizaje durante su implementación en el aula.
8. Realización de reuniones de puesta en común de los resultados que se van alcanzando, para reformular los indicadores que se considere preciso o para convalidar cooperativamente los ya establecidos.  

De acuerdo con esto, y relacionándolo con una de mis experiencias en una institución escolar, puedo darme cuenta que uno de los mayores problemas que allí ocurrían tenía que ver con que el trabajo por competencias y la evaluación de las mismas quedaba en el papel y las buenas intenciones.  Pero creo que esto no pasaba por una falta de interés o poca valoración hacia el desarrollo de las competencias en los alumnos, sino por una falta de preparación para enfrentar la pedagogía bajo esta mirada. Analizando este tema con mayor profundidad, creo que una posible solución a problemas como este sería una capacitación a los profesores, pero una capacitación que no se centre en una exposición de definiciones sobre lo que entendemos por competencias, sino que sea una capacitación tipo taller, que tenga por objetivo:
  •  Unificar criterios en relación a las competencias y su utilidad.
  • Organizar conjuntamente la planificación anual del ciclo o curso, en relación a las competencias. 
Fuentes:

Casanova, M. A. (2012). La evaluación de competencias básicas. Madrid: La Muralla.

Perrenoud, Ph. (2008). Construir las competencias, ¿es darle la espalda a los saberes?. Red U. Revista de Docencia Universitaria, número monográfico II "Formación centrada en competencias(II)". consultado (14,01,2012) en http://www.redu.m.es/Red_U/m2.  
      



domingo, 13 de enero de 2013

Mal uso de la evaluación.




Como plantea Mª Teresa Padilla (2002) en su libro "Técnicas e instrumentos para el diagnóstico y la evaluación educativa", la implicación ética del pedagogo es evidente, dada su estrecha relación con el ser humano dentro de un marco social y cultural determinado, por lo que el abordaje de la deontología profesional debe ampliarse a diversas reflexiones. 

Compartiendo lo anterior, me parece interesante tratar el tema sobre el mal uso que muchas veces se le da a la evaluación en los procesos de formación.  Como profesora, reconozco la compleja misión que tenemos al momento de confeccionar instrumentos de evaluación, sensación compartida con mis colegas que se desenvuelven profesionalmente en distintas áreas y diferentes etapas escolares. En muchas reuniones de profesorado, en la cual fui participe, discutimos acerca de la importancia que tenia tanto para los alumnos como para los profesores los procesos de evaluación, ya que estos nos entregan información relevante sobre el camino de enseñanza y aprendizaje que hemos seguido y el que debiéramos seguir, entre otras cosas. Como profesores tenemos claro que en cualquier nivel educativo la evaluación tiene profundos efectos, por lo cual debemos tener conciencia que aquellos procesos pueden marcar de manera significativa a nuestros alumnos, ya sea positiva o negativamente.

Pese lo anterior, en ocasiones, la falta de habilidades para enfrentar dificultades como la baja disciplina en el aula, lleva a muchos profesores a ejercer un mal uso del poder que les otorga su rol educativo, la evaluación la ven como un recurso práctico para regular el comportamiento de sus alumnos, ya que logran visualizar lo importante que es para ellos tener un buen resultado.  Como consecuencia de esta escasa reflexión ética al respecto, se termina convirtiendo el proceso de evaluación como una especie de castigo, desvirtuando el sentido que realmente tiene. Es posible, como resultado de prácticas como esta, que aunque estemos realizando un buen uso de la evaluación, vivamos como profesores al menos una experiencia en donde veamos a un alumno con un alto nivel de nerviosismo, ansiedad, miedo o frustración al momento de enfrentar una evaluación, lo cual puede ser producto de algún episodio vivido que haya generado un mal concepto de estos procesos. Dicho esto, las preguntas que quedan pendientes son ¿Cómo podemos evitar que algunos profesores caigan en este tipo de prácticas? ¿Cómo podemos revertir los efectos negativos que pueden provocar situaciones como estas?

Claramente responder a estas preguntas no es una tarea fácil, por lo que resulta interesante reflexionar sobre las implicaciones éticas que recaen en las decisiones que debemos tomar constantemente en la difícil tarea de evaluar aprendizajes de manera que podamos ser cuidadosos y justos. 


                                         La Justicia es la primera virtud de las instituciones   sociales, como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento. 
John Rawls: A Theory of de Justice.