Casanova (2012), plantea que la
competencia está formada por un conjunto de capacidades o aptitudes, conocimientos,
destrezas, habilidades, actitudes y valores que permiten a la persona
desenvolverse, con un nivel de calidad satisfactorio, en los distintos ámbitos
en los que desarrolla su vida. Además, nos indica que al definir y trabajar las
competencias se pone el acento en la necesidad de “aplicar” las capacidades
desarrolladas a través de los diferentes contenidos trabajados en los procesos
educativos.
En una línea muy similar
Perrenoud (2008), nos plantea lo importante de asumir de manera coherente el
desarrollo de competencias. Por una parte la escuela debiera plantearse un
alargamiento de los programas
conceptuales con el fin de lograr el tiempo requerido para el transfert (Movilizar
el conocimiento a una situación problemática real), y por otro lado los docentes
deben pensar en una evolución sensible de las pedagogías y los modos de
evaluación.
Si nos ponemos entonces en el
escenario de desarrollar competencias en nuestros alumnos ¿estamos preparados
para evaluar dichas competencia?
En relación a esto Casanova
(2012) propone ocho fases que se deberían respetar para la evaluación de competencias:
1. Estudio conjunto por parte del profesorado de las relaciones entre
las competencias y las áreas o materias que se trabajarán en cada etapa, ciclo
o curso.
2. Establecimiento de indicadores de competencia, a cargo de los
distintos especialistas, que el alumnado deberá dominar al finalizar la etapa
de educación.
3. Secuenciación de los indicadores de etapa para los ciclos o cursos
en que se divide cada una, considerando esa globalidad ya establecida como característica
imprescindible de la competencia.
4. Acuerdo sobre la utilización
de los indicadores de todas las competencias por parte de todos los profesores
que intervienen pedagógicamente con el mismo grupo de alumnos, ponderando la
incidencia que cada área tendrá en la consecución de cada competencia.
5. Elaboración de los registros en los que se anotarán las
consecuciones progresivas de las microcompetencias o indicadores.
6. Selección de metodologías apropiadas para el trabajo por
competencias, que permitan valorarlas durante su desarrollo.
7. Aplicación permanente, de un modelo de evaluación continua y de carácter
formativo, que permita ajustar los procesos de enseñanza y de aprendizaje
durante su implementación en el aula.
8. Realización de reuniones de puesta en común de los resultados que
se van alcanzando, para reformular los indicadores que se considere preciso o
para convalidar cooperativamente los ya establecidos.
De acuerdo con esto, y relacionándolo con una de mis experiencias en
una institución escolar, puedo darme cuenta que uno de los mayores problemas
que allí ocurrían tenía que ver con que el trabajo por competencias y la evaluación
de las mismas quedaba en el papel y las buenas intenciones. Pero creo que esto no pasaba por una falta de interés
o poca valoración hacia el desarrollo de las competencias en los alumnos, sino
por una falta de preparación para enfrentar la pedagogía bajo esta mirada.
Analizando este tema con mayor profundidad, creo que una posible solución a problemas
como este sería una capacitación a los profesores, pero una capacitación que no
se centre en una exposición de definiciones sobre lo que entendemos por competencias,
sino que sea una capacitación tipo taller, que tenga por objetivo:
- Unificar criterios en relación a las competencias y su utilidad.
- Organizar conjuntamente la planificación anual del ciclo o curso, en relación a las competencias.
Fuentes:
Casanova, M. A. (2012). La evaluación de competencias básicas. Madrid: La Muralla.
Perrenoud, Ph. (2008). Construir las competencias, ¿es darle la espalda a los saberes?. Red U. Revista de Docencia Universitaria, número monográfico II "Formación centrada en competencias(II)". consultado (14,01,2012) en http://www.redu.m.es/Red_U/m2.
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